Erase
una vez un burrito muy chiquitín revoltoso y un poco peludo que solía
estar por el pueblo de Burrolandia.
Su
amo el tío Francisco lo llamaba y el no obedecía porque no quería que lo
encerrase en la cuadra. Prefería pasar hambre
a estar encerrado.
Con
una buena dosis de paciencia el tío Francisco y su esposa María lograban
convencerlo para que volviese a las cuadras.
El
Burrito que se llamaba Clavero le gustaba pasear sobre su lomo a los niños del pueblo.
A
veces se montaban hasta cuatro niños a la vez y el daba largos paseos por sus
calles empedradas y un tanto empinadas.
El
pueblo se llamaba así porque habian muchos burritos que ayudaban a sus
amos en las faenas del campo ya que era sobre todo agrícola. Los campesinos
cultivan de todo tipo de hortalizas y verduras: Tomates, pimientos ,berenjenas
coliflores, rábanos etc. También tenían
árboles frutales; naranjos perales ciruelos, melocotoneros etc y la vida en el pueblo era muy tranquila.
Hortalizas de la aldea de Burrolandia
Francisco y María tenían dos hijos de corta edad Álvaro Y Nerea.
Nerea
levantaba todas las mañanas a su hermano para ir a la escuela ya que sus padres
desde muy temprano estaban faenando en el campo. Nerea con solo siete años, se
ocupaba de su pequeño hermano que tenía dos años menos que ella.
Tomaban
el desayuno que su madre les había preparado: un vaso de leche, una hogaza de
pan y un poco de mantequilla.
Nerea
tenía pasión por su hermano, lo levantaba, le vestía y ambos desayunaban juntos en el comedor de la
casa junto al fuego de la chimenea que previamente su padre había dejado
encendido para que sus hijos no pasaran frío.
A Álvaro
le gustaba mucho las galletas de chocolate. Era muy goloso .Su madre les daba a
sus hijos los domingos algunas procurando que le durasen mucho, pues apenas
podía adquirirlas.
El desayuno de Nerea y Álvaro.
La entrega de diplomas al final del curso.
Por eso Doña Teresa se ha puesto sus
mejores galas.
Doña
Teresa, maestra de Burrolandia
La
maestra que no cumplía los cincuenta y enseñaba a sus alumnos las letras, algo
de geografía y normas de urbanidad. También les enseñaba los números, a sumar y
restar a los más pequeños y a
multiplicar y dividir al resto. Los
niños la querían mucho pues era amable y cariñosa y sabía cómo tratarlos.
Doña
Teresa sentía un cariño especial por el pequeño Álvaro que era uno de los
alumnos más pequeños de los trece que asistían regularmente a la escuela. Álvaro también quería mucho a Doña
Teresa al igual que su hermana y el resto de los compañeros. Era invierno en
Burrolandia y aquel día nevaba tanto que la escuela permaneció cerrada. Los
niños celebraron mucho la nevada jugando en las calles y haciendo monigotes de
nieve. Álvaro cogió un resfriado
tremendo y por la noche tenía mucha fiebre. Cuando vinieron sus padres, el niño
estaba acostado.
Álvaro
acostado con fiebre en su cama.
Su
hermana lo metió en la cama y lo arropó muy bien mientras le ponía paños de
agua fría, pues ella lo había visto hacer a su madre un día que su padre
también tuvo mucha fiebre tras un intenso día de trabajo mientras nevaba y Francisco
cortaba troncos para la chimenea.
Llamaron
al médico D. Nicolás que visitó al pequeño Álvaro y tras reconocerlo,
tranquilizó a la familia .Le mandó un jarabe y dijo que permaneciese en cama
durante dos o tres días hasta que le bajase la fiebre. Se trataba de un catarro
sin importancia.
D. Nicolás roconociendo a Älvaro
A los tres días Álvaro se restableció y pudo volver a la escuela. Doña Teresa y sus
compañeros se alegraron mucho y le hicieron una pequeña fiesta. El niño volvió ese día a la escuela montado en
Clavero junto con su hermana. Los compañeros de colegio disfrutaron de lo lindo
con el pequeño burro que aguantaba todas las bromas que los niños le hacían: le
tiraban del rabo, se subían sobre su lomo, le hacían trotar y el rebuznaba de
placer. La maestra Doña Teresa no tuvo más remedio que permitir que la vuelta
de Álvaro al Colegio sano, fuese una
fiesta y les consistió todas las diabluras que quisieron hacer. Los niños mayores se empeñaron en que su
maestra se subiese en el lomo de Clavero. Doña Teresa se negó rotundamente,
pero ante la gran insistencia, aceptó. Clavero la paseó durante un rato, pero
hizo una cabriola y Doña Teresa cayó rodando por el suelo. Menos mal que no se
hizo nada. Los niños reían y reían sin parar
Un
día Clavero amaneció enfermo en las cuadras de Francisco, no podía levantarse y
estaba débil. Los niños acudieron a verle
y lloraban mientras trataban de acariciarlo. De repente Clavero se
sintió mejor y como si hubiese pasado un milagro empezó a rebuznar y a hacer cabriolas y mover el rabo.
Poco
a poco recobró todas sus fuerzas y los niños se sintieron muy dichosos, pues
temían que Clavero, su mejor amigo les hubiese dejado para siempre.
Burrolandia
siguió siendo una aldea alegre y los niños estaban encantados de vivir en ella,
sin contaminación, ni fábricas, sino en un ambiente sano donde podían respirar
aire puro.
Este
cuento se lo dedico a todos los niños de corta edad y en especial a mi primer
nieto Álvaro, que espero que cuando
sea más mayor y pueda leerlo le guste.
Su abuelo Antonio.
4 de Diciembre de 2014
Es el primero de una serie que pienso escribirle
Dios mediante.
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