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viernes, 23 de octubre de 2015

11 Dans la Brasserie

11  Dans la brasserie
A escasos minutos de entrar el camarero les saluda: Bonjour mesdames, al tiempo que les entrega “la carte du jour.”Voici le menú mesdames-el camarero. Merci Monsieur. reponds –elles.
  Mientras se decantan por el menú Jacqueline pregunta a Sara.-“Bueno Sara y tu familia, háblame de ella”.
-Sara. Sara le contesta: Tengo dos hijos Servak, el mayor y Joe el más pequeño. Servak tiene veintiséis  años y está casado con una chica estupenda, su nombre es   Nerka. Ya van para  dos años de  casados y aún no me han hecho abuela. “Con las ganas que tengo”. Cuando salgo a dar una vuelta por Kírkenes y veo a las abuelas y abuelos  jugar con sus nietos en el parque, me muero de envidia. Solo pienso que cuando voy a estar como ellas.
Cuando murió Milko  me quedé vacía. Fuimos durante  muchos años muy dichosos. Sin embargo al final se cruzó una mujer que hizo naufragar nuestro matrimonio. Fue algo que fui incapaz de superar.
 No puede asumir que mi marido tuviese una aventura como muchas de mis amigas, que fueron más inteligentes que yo y afrontaron su situación con más naturalidad con lo cual algunas de ellas lograron recuperar a sus maridos. Yo, no supe conservar a Milko, era tanto lo que lo quería, lo que sentía por él que su infidelidad me sobrepasó, me volvió completamente inflexible y mi actitud trajo terribles consecuencias para mi familia. Quizá mi actitud constata que no le quería tanto como pensaba, ya que no supe superar su desliz, y luchar por nuestro matrimonio, que lo arroje al abismo, lo tiré todo por la borda. Jacqueline se dio cuenta que  la confesión de Sara le  había afectado  enormemente y trató de  que no siguiese hablando del tema. Para ello empezó a hablar de Albert, su ex_marido.
Jacqueline también estaba muy decepcionada en su matrimonio y se vio avocada a romperlo después de tres décadas. La causa no fue asunto de faldas, sino el juego. Jacqueline.-“Albert empezó a jugar de manera esporádica y terminó convirtiéndose en un verdadero ludópata. Todos los juegos le atraían: las cartas, las apuestas en los caballos, la lotería, e incluso las máquinas tragaperras. Salía de casa con cualquier pretexto y volvía tres o cuatro horas más tarde. No teníamos vida de familia, no se ocupaba de los problemas que surgían en casa, tampoco se interesaba por sus hijos y nuestra economía se resentía por momentos. Hablé varias veces con él pero fue en vano. Era un enfermo grave.
Cuando  tuve acceso a la cuentas del banco, comprobé que en un par de años había dilapidado casi todos nuestros ahorros.  Era abogado, compartía bufete con otros dos compañeros. Su vicio también salpicó su trabajo. A veces no asistía a las vistas que tenía señaladas. Llegaba al bufete tarde, en muchas ocasiones. La situación a nivel de trabajo, también se hizo insostenible y sus compañeros se deshicieron de él sin contemplaciones. Creo que actuaron con poca profesionalidad. Albert también empezó a beber y se convirtió en un hombre  además de ludópata, borracho y sin horizonte alguno. Sus hijos trataron de rehabilitarlo, pero las recaídas eran frecuentes. Lo intentaron repetidamente, estuvo en un centro de rehabilitación ubicado en el distrito XIII, en el hospital Vancluse, pero las fuertes broncas que formaba por cualquier cosa, el Centro hizo lo posible por desembarazarse de él. La verdad es que no actuaron debidamente. Actualmente vive en la calle, desde que su madre murió .La pobre mujer lo amparaba en la medida que podía con su pequeña pensión. Tiene dos hermanos más, un hermano en un  pueblecito cerca de Lyon, Fréderic, es  neurólogo y una hermana  Colette, que es  anticuaria, y vive aquí en París, pero nunca han querido saber nada de él. Quienes peor lo están pasando, son nuestros hijos, en particular Nicole. En resumen mi marido es uno de los muchos Clochards que deambulan por Paris y concretamente por los muelles del Sena formando parte del lumpen.” Jacqueline   - ¡Bueno Sara, no me has dicho de qué murió Milko, tu marido!
Sara- Es muy tarde, ya te lo contaré otro día. Por hoy creo que es suficiente.
Se dirigieron al metro para regresar al hotel. Sara estaba algo contrariada porque presentía que la libertad que hasta ahora había tenido de entrar  y salir y hacer lo que le venía en gana se iba a ir al traste si seguía quedando con Jacqueline asiduamente.
Llegaron al metro y Jacqueline se adelantó a sacar los tickets. Sara le hizo saber que no era necesario, pues ella portaba la carte  orange válida para todo el mes. Llegaron al hotel y Jacqueline le dijo a Sara si iba  a bajar a cenar al comedor. Sara le respondió con una negativa, le argumentó  que tenía un poco de jaqueca y carecía de apetito. En cierto modo era verdad, pero por momentos, veía que Jacqueline se estaba entrometiendo en su vida y tenía que buscar una estrategia para terminar con aquella situación.
En realidad habían estado juntas un día, pero podía ser el precedente de algo que ella no deseaba en realidad. Le suscitaba cierto temor intimar con ella súbitamente y tener después  que arrepentirse. La confusión del asunto le atormentaba.
Sara subió a su habitación, apagó todas las luces y encendió la lamparita. Puso  un disco de Mozart como música de fondo, se reclinó sobre el sillón, cerró los ojos y trató de poner en orden  sus ideas, estaba confusa, muy confusa. Por un lado pensaba que no había nada raro en esa incipiente amistad, que Jacqueline le parecía buena mujer, correcta, educada, elegante y sincera, pues confesar que estuvo casada con un hombre que ahora forma parte del lumpen de Paris porque es un enfermo,  ludópata y  borracho incapaz de rehabilitarse es sorprendente y valiente a la vez.
Sara no sabía qué hacer. Sara-“Tal vez si le pongo alguna excusa cuando me diga de salir entenderá que no me agrada la asiduidad de nuestras salidas. Quizá fuese lo más conveniente.” ¿Y porque no hablarle claramente, que su compañía me es muy grata, pero que prefiero tener libertad de movimientos, que quiero aprovechar que no tengo a nadie que rendirle cuentas y que se inclinaba por  acabar de visitar Paris  sola.? Envuelta en esas elucubraciones se quedó dormida. Cuando se despertó eran casi las tres de la mañana, se quitó la bata y se metió en la cama. Pero antes avisó en recepción, para que la llamasen a las ocho en punto. No pensaba desayunar en el hotel, así ahorraría tiempo y evitaría la presencia de Jacqueline. Quizá de esta forma, Jacqueline se diese cuenta de que trataba de esquivarla y me dejaría en paz.
Sara-“Hay que ver que complicada soy, estoy quejándome desde que llegué a París de que estoy sola y ahora que tengo una compañía trato de evitarla.”Suena el teléfono en la habitación de Sara. Ring ring  ring –El recepcionista: _Il est huit heures madame. Merci Monsieur.-contesta Sara
Cuando sonó el teléfono, Sara ya estaba despierta un buen rato. Con el tema de Jacqueline se encontraba inquieta, nerviosa. Sabía que estaba actuando mal con ella. Estaba siendo una ingrata, una desconfiada con la única persona en París que le había brindado su amistad. Al tiempo estaba recelosa porque no se creía que una francesa desconocida que solamente compartía hotel con ella, sin venir a cuento, le brindase su amistad y le instase a salir juntas   así,  sin más.
 Jacqueline  aún estará ajena a que su amiga Sara estuviese blandiendo una catana sobre su cabeza. Es decir estuviese pensando en dejarla caer sin darle  una explicación coherente. Sara se vistió: vaqueros, jersey negro y botas marrones .Iba muy sport porque pretendía visitar el Bois de Boulogne. Quería respirar aire puro, lo necesitaba, sobre todo en aquellos momentos

Jacqueline   - ¡Bueno Sara, no me has dicho de qué murió Milko, tu marido! Sara- Es muy tarde, ya te lo contaré otro día. Por hoy creo que es suficiente. Se dirigieron al metro para regresar al hotel. Sara estaba algo contrariada porque presentía que la libertad que hasta ahora había tenido de entrar  y salir y hacer lo que le venía en gana se iba a ir al traste si seguía quedando con Jacqueline asiduamente. Llegaron al metro y Jacqueline se adelantó a sacar los tickets. Sara le hizo saber que no era necesario, pues ella portaba la carte  orange válida para todo el mes. Llegaron al hotel y Jacqueline le dijo a Sara si iba  a bajar a cenar al comedor. Sara le respondió con una negativa, le argumentó  que tenía un poco de jaqueca y carecía de apetito. En cierto modo era verdad, pero por momentos, veía que Jacqueline se estaba entrometiendo en su vida y tenía que buscar una estrategia para terminar con aquella situación. En realidad habían estado juntas un día, pero podía ser el precedente de algo que ella no deseaba en realidad. Le suscitaba cierto temor intimar con ella súbitamente y tener después  que arrepentirse. La confusión del asunto le atormentaba. Sara subió a su habitación, apagó todas las luces y encendió la lamparita. Puso  un disco de Mozart como música de fondo, se reclinó sobre el sillón, cerró los ojos y trató de poner en orden  sus ideas, estaba confusa, muy confusa.
Por un lado pensaba que no había nada raro en esa incipiente amistad, que Jacqueline le parecía buena mujer, correcta, educada, elegante y sincera, pues confesar que estuvo casada con un hombre que ahora forma parte del lumpen de Paris porque es un enfermo,  ludópata y borracho incapaz de rehabilitarse es sorprendente y valiente a la vez. Sara no sabía qué hacer, a qué atenerse ante la nueva situación.
Sara-Tal vez si le pongo alguna excusa cuando me diga de salir entenderá que no me agrada la asiduidad de nuestras salidas. Quizá fuese lo más conveniente. Y porque no hablarle claramente, que su compañía me es muy grata, pero que prefiero tener libertad de movimientos, que quiero aprovechar que no tengo a nadie que rendirle cuentas y que se inclinaba por  acabar de visitar Paris  sola.
Envuelta en esas elucubraciones se quedó dormida. Cuando se despertó eran casi las tres de la mañana, se quitó la bata y se metió en la cama. Pero antes avisó en recepción, para que la llamasen a las ocho en punto.
No pensaba desayunar en el hotel, así ahorraría tiempo y evitaría la presencia de Jacqueline. Quizá de esta forma, Jacqueline se diese cuenta de que trataba de esquivarla y me dejaría en paz. Sara-Hay que ver que complicada soy, estoy quejándome desde que llegué a París de que estoy sola y ahora que tengo una compañía trato de evitarla. Suena el teléfono en la habitación de Sara.Ring ring  ring –El recepcionista: _Il est huit heures madame. Merci Monsieur.-contesta Sara
Cuando sonó el teléfono Sara ya estaba despierta un buen rato. Con el tema de Jacqueline se encontraba inquieta, nerviosa. Sabía que estaba actuando mal con ella. Estaba siendo una ingrata, una desconfiada con la única persona en París que le había brindado su amistad. Al tiempo estaba recelosa porque no se creía que una francesa desconocida que solamente compartía hotel con ella, sin venir a cuento, le brindase su amistad y le instase a salir juntas   así,  sin más. Jacqueline  aún estará ajena a que su amiga Sara estuviese blandiendo una catana sobre su cabeza. Es decir estuviese pensando en dejarla caer sin darle  una explicación coherente. Sara se vistió: vaqueros, jersey negro y botas marrones .Iba muy sport porque pretendía visitar el Bois de Boulogne. Quería respirar aire puro, lo necesitaba, sobre todo en aquellos momentos.




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