11 Dans la brasserie
A escasos minutos de entrar el camarero les saluda: Bonjour mesdames, al
tiempo que les entrega “la carte du jour.”Voici le menú mesdames-el camarero. Merci
Monsieur. reponds –elles.
Mientras se decantan por el
menú Jacqueline pregunta a Sara.-“Bueno Sara y tu familia, háblame de ella”.
-Sara. Sara le contesta: Tengo dos hijos Servak,
el mayor y Joe el más pequeño. Servak tiene veintiséis años y está casado con una chica estupenda,
su nombre es Nerka. Ya van para dos años de
casados y aún no me han hecho abuela. “Con las ganas que tengo”. Cuando
salgo a dar una vuelta por Kírkenes y veo a las abuelas y abuelos jugar con sus nietos en el parque, me muero de
envidia. Solo pienso que cuando voy a estar como ellas.
Cuando murió Milko me quedé vacía. Fuimos durante muchos años muy dichosos. Sin embargo al
final se cruzó una mujer que hizo naufragar nuestro matrimonio. Fue algo que
fui incapaz de superar.
No puede
asumir que mi marido tuviese una aventura como muchas de mis amigas, que fueron
más inteligentes que yo y afrontaron su situación con más naturalidad con lo
cual algunas de ellas lograron recuperar a sus maridos. Yo, no supe conservar a
Milko, era tanto lo que lo quería, lo que sentía por él que su infidelidad me
sobrepasó, me volvió completamente inflexible y mi actitud trajo terribles
consecuencias para mi familia. Quizá mi actitud constata que no le quería tanto
como pensaba, ya que no supe superar su desliz, y luchar por nuestro
matrimonio, que lo arroje al abismo, lo tiré todo por la borda. Jacqueline se
dio cuenta que la confesión de Sara le había afectado
enormemente y trató de que no
siguiese hablando del tema. Para ello empezó a hablar de Albert, su ex_marido.
Jacqueline también estaba muy decepcionada en su
matrimonio y se vio avocada a romperlo después de tres décadas. La causa no fue
asunto de faldas, sino el juego. Jacqueline.-“Albert empezó a jugar de manera
esporádica y terminó convirtiéndose en un verdadero ludópata. Todos los juegos
le atraían: las cartas, las apuestas en los caballos, la lotería, e incluso las
máquinas tragaperras. Salía de casa con cualquier pretexto y volvía tres o
cuatro horas más tarde. No teníamos vida de familia, no se ocupaba de los
problemas que surgían en casa, tampoco se interesaba por sus hijos y nuestra
economía se resentía por momentos. Hablé varias veces con él pero fue en vano.
Era un enfermo grave.
Cuando
tuve acceso a la cuentas del banco, comprobé que en un par de años había
dilapidado casi todos nuestros ahorros. Era
abogado, compartía bufete con otros dos compañeros. Su vicio también salpicó su
trabajo. A veces no asistía a las vistas que tenía señaladas. Llegaba al bufete
tarde, en muchas ocasiones. La situación a nivel de trabajo, también se hizo
insostenible y sus compañeros se deshicieron de él sin contemplaciones. Creo
que actuaron con poca profesionalidad. Albert también empezó a beber y se
convirtió en un hombre además de
ludópata, borracho y sin horizonte alguno. Sus hijos trataron de rehabilitarlo,
pero las recaídas eran frecuentes. Lo intentaron repetidamente, estuvo en un
centro de rehabilitación ubicado en el distrito XIII, en el hospital Vancluse, pero
las fuertes broncas que formaba por cualquier cosa, el Centro hizo lo posible
por desembarazarse de él. La verdad es que no actuaron debidamente. Actualmente
vive en la calle, desde que su madre murió .La pobre mujer lo amparaba en la
medida que podía con su pequeña pensión. Tiene dos hermanos más, un hermano en un pueblecito cerca de Lyon, Fréderic, es neurólogo y una hermana Colette, que es anticuaria, y vive aquí en París, pero nunca
han querido saber nada de él. Quienes peor lo están pasando, son nuestros hijos,
en particular Nicole. En resumen mi marido es uno de los muchos Clochards que
deambulan por Paris y concretamente por los muelles del Sena formando parte del
lumpen.” Jacqueline - ¡Bueno Sara, no
me has dicho de qué murió Milko, tu marido!
Sara- Es muy tarde, ya te lo contaré otro día.
Por hoy creo que es suficiente.
Se dirigieron al metro para regresar al hotel. Sara
estaba algo contrariada porque presentía que la libertad que hasta ahora había
tenido de entrar y salir y hacer lo que
le venía en gana se iba a ir al traste si seguía quedando con Jacqueline
asiduamente.
Llegaron al metro y Jacqueline se adelantó a
sacar los tickets. Sara le hizo saber que no era necesario, pues ella portaba
la carte orange válida para todo el mes.
Llegaron al hotel y Jacqueline le dijo a Sara si iba a bajar a cenar al comedor. Sara le respondió
con una negativa, le argumentó que tenía
un poco de jaqueca y carecía de apetito. En cierto modo era verdad, pero por
momentos, veía que Jacqueline se estaba entrometiendo en su vida y tenía que
buscar una estrategia para terminar con aquella situación.
En realidad habían estado juntas un día, pero
podía ser el precedente de algo que ella no deseaba en realidad. Le suscitaba
cierto temor intimar con ella súbitamente y tener después que arrepentirse. La confusión del asunto le
atormentaba.
Sara subió a su habitación, apagó todas las luces
y encendió la lamparita. Puso un disco
de Mozart como música de fondo, se reclinó sobre el sillón, cerró los ojos y
trató de poner en orden sus ideas,
estaba confusa, muy confusa. Por un lado pensaba que no había nada raro en esa
incipiente amistad, que Jacqueline le parecía buena mujer, correcta, educada,
elegante y sincera, pues confesar que estuvo casada con un hombre que ahora
forma parte del lumpen de Paris porque es un enfermo, ludópata y
borracho incapaz de rehabilitarse es sorprendente y valiente a la vez.
Sara no sabía qué hacer. Sara-“Tal vez si le
pongo alguna excusa cuando me diga de salir entenderá que no me agrada la
asiduidad de nuestras salidas. Quizá fuese lo más conveniente.” ¿Y porque no
hablarle claramente, que su compañía me es muy grata, pero que prefiero tener
libertad de movimientos, que quiero aprovechar que no tengo a nadie que
rendirle cuentas y que se inclinaba por acabar de visitar Paris sola.? Envuelta en esas elucubraciones se
quedó dormida. Cuando se despertó eran casi las tres de la mañana, se quitó la
bata y se metió en la cama. Pero antes avisó en recepción, para que la llamasen
a las ocho en punto. No pensaba desayunar en el hotel, así ahorraría tiempo y
evitaría la presencia de Jacqueline. Quizá de esta forma, Jacqueline se diese
cuenta de que trataba de esquivarla y me dejaría en paz.
Sara-“Hay que ver que complicada soy, estoy
quejándome desde que llegué a París de que estoy sola y ahora que tengo una
compañía trato de evitarla.”Suena el teléfono en la habitación de Sara. Ring
ring ring –El recepcionista: _Il est
huit heures madame. Merci Monsieur.-contesta Sara
Cuando sonó el teléfono, Sara ya estaba despierta
un buen rato. Con el tema de Jacqueline se encontraba inquieta, nerviosa. Sabía
que estaba actuando mal con ella. Estaba siendo una ingrata, una desconfiada
con la única persona en París que le había brindado su amistad. Al tiempo
estaba recelosa porque no se creía que una francesa desconocida que solamente
compartía hotel con ella, sin venir a cuento, le brindase su amistad y le instase
a salir juntas así, sin más.
Jacqueline aún estará ajena a que su amiga Sara estuviese
blandiendo una catana sobre su cabeza. Es decir estuviese pensando en dejarla
caer sin darle una explicación
coherente. Sara se vistió: vaqueros, jersey negro y botas marrones .Iba muy
sport porque pretendía visitar el Bois de Boulogne. Quería respirar aire puro,
lo necesitaba, sobre todo en aquellos momentos
Jacqueline - ¡Bueno
Sara, no me has dicho de qué murió Milko, tu marido! Sara- Es muy tarde, ya te
lo contaré otro día. Por hoy creo que es suficiente. Se dirigieron al metro
para regresar al hotel. Sara estaba algo contrariada porque presentía que la
libertad que hasta ahora había tenido de entrar
y salir y hacer lo que le venía en gana se iba a ir al traste si seguía
quedando con Jacqueline asiduamente. Llegaron al metro y Jacqueline se adelantó
a sacar los tickets. Sara le hizo saber que no era necesario, pues ella portaba
la carte orange válida para todo el mes.
Llegaron al hotel y Jacqueline le dijo a Sara si iba a bajar a cenar al comedor. Sara le respondió
con una negativa, le argumentó que tenía
un poco de jaqueca y carecía de apetito. En cierto modo era verdad, pero por
momentos, veía que Jacqueline se estaba entrometiendo en su vida y tenía que
buscar una estrategia para terminar con aquella situación. En realidad habían
estado juntas un día, pero podía ser el precedente de algo que ella no deseaba
en realidad. Le suscitaba cierto temor intimar con ella súbitamente y tener
después que arrepentirse. La confusión
del asunto le atormentaba. Sara subió a su habitación, apagó todas las luces y
encendió la lamparita. Puso un disco de Mozart
como música de fondo, se reclinó sobre el sillón, cerró los ojos y trató de
poner en orden sus ideas, estaba
confusa, muy confusa.
Por un lado pensaba que no había nada raro en esa
incipiente amistad, que Jacqueline le parecía buena mujer, correcta, educada,
elegante y sincera, pues confesar que estuvo casada con un hombre que ahora
forma parte del lumpen de Paris porque es un enfermo, ludópata y borracho incapaz de rehabilitarse
es sorprendente y valiente a la vez. Sara no sabía qué hacer, a qué atenerse
ante la nueva situación.
Sara-Tal vez si le pongo alguna excusa cuando me
diga de salir entenderá que no me agrada la asiduidad de nuestras salidas.
Quizá fuese lo más conveniente. Y porque no hablarle claramente, que su
compañía me es muy grata, pero que prefiero tener libertad de movimientos, que
quiero aprovechar que no tengo a nadie que rendirle cuentas y que se inclinaba
por acabar de visitar Paris sola.
Envuelta en esas elucubraciones se quedó dormida.
Cuando se despertó eran casi las tres de la mañana, se quitó la bata y se metió
en la cama. Pero antes avisó en recepción, para que la llamasen a las ocho en
punto.
No pensaba desayunar en el hotel, así ahorraría
tiempo y evitaría la presencia de Jacqueline. Quizá de esta forma, Jacqueline
se diese cuenta de que trataba de esquivarla y me dejaría en paz. Sara-Hay que
ver que complicada soy, estoy quejándome desde que llegué a París de que estoy
sola y ahora que tengo una compañía trato de evitarla. Suena el teléfono en la
habitación de Sara.Ring ring ring –El
recepcionista: _Il est huit heures madame. Merci Monsieur.-contesta Sara
Cuando sonó el teléfono Sara ya estaba despierta
un buen rato. Con el tema de Jacqueline se encontraba inquieta, nerviosa. Sabía
que estaba actuando mal con ella. Estaba siendo una ingrata, una desconfiada
con la única persona en París que le había brindado su amistad. Al tiempo
estaba recelosa porque no se creía que una francesa desconocida que solamente
compartía hotel con ella, sin venir a cuento, le brindase su amistad y le instase
a salir juntas así, sin más. Jacqueline aún estará ajena a que su amiga Sara estuviese
blandiendo una catana sobre su cabeza. Es decir estuviese pensando en dejarla
caer sin darle una explicación
coherente. Sara se vistió: vaqueros, jersey negro y botas marrones .Iba muy
sport porque pretendía visitar el Bois de Boulogne. Quería respirar aire puro,
lo necesitaba, sobre todo en aquellos momentos.
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