12 El bosque de Bolonia
Tras
casi una hora en metro Sara llega al bosque de Bolonia, que está al límite del
distrito XVI. Repasando la guía leyó que este bosque es dos veces y media más
grande que el Central Park de Nueva York y tres veces mayor que el Hyde Park de
Londres. Y además aparecen algunas curiosidades como que Enrique IV plantó quince mil moreras para
establecer una industria sobre la seda. En el bosque podemos encontrar
plátanos, bilóbas, hayas, cedros
castaños, olmos ginkgos y plantas exóticas como secoyas. Tiene un hipódromo
“Longchamp.”Se inauguró bajo Napoleón III en mil ochocientos sesenta. Cuenta
con un jardín de Aclimatación dedicado a la Zoología y a la Botánica. También
hay un río encantado para descubrir en barca y animales en granja, tiovivos,
aves extraordinarias. Es un lugar ideal para los niños.
Se pasó buena parte de la mañana recorriendo el bosque.
Hacía un día gris, pero no hacía frío. Algunos nubarrones hacían su presencia
en el cielo. El sol, nos obsequió con su presencia horas más tarde, pero de
forma breve…Los árboles se engalanaron, revistiéndose de la luz que el astro
les brindaba y el murmullo de sus hojas cuando las mecía un viento suave que
aparecía de tarde en tarde se palpaba en el ambiente.
El bosque
cada vez parecía más bullicioso, estudiantes con los libros bajo el brazo,
parejas personas mayores con la compañía correspondiente, hombres en avanzada
edad con su periódico en la mano, mujeres con sus mascotas y otros hombres y
mujeres solos y solas de
edades diversas. Los bancos se iban ocupando y lo que parecía al principio de la mañana un
lugar tranquilo, se iba convirtiendo en un lugar bullicioso y alegre. Las
mujeres que llevaban niños se dirigían a los tíos vivos para que los hijos
pudiesen disfrutar de su paseo. Las aves y el resto de los animales que habitaban
en el bosque hacían de la delicia de los
visitantes, y sobre todo de los niños. Después de caminar durante casi un par de horas recorriendo todos los
lugares más pintorescos del bosque Sara se sentó en un banco, que estaba
ocupado en su extremo por un señor mayor
que leía el periódico Le Soir.
Antes de entrar en el bosque, y al salir del
metro compró “Le Monde” pues le
habían informado que era uno de los periódicos más objetivos de Francia, a
pesar de que su francés era muy precario, trató de leer algo, de comprender
lo fundamental de determinados
artículos. Sara.- _”Estuve un rato intentando leer los sucesos más
relevantes y observó como el señor que
tenía a mi lado, no dejaba de mirarla de soslayo”.
Sara-“Tuve la impresión de que quería hablar
conmigo y efectivamente así fue porque corroboré que se encontraba tremendamente solo.”Un bonjour,
Monsieur -le repliqué en mi francés de la Sorbona, con mal acento.-El anciano me
respondió: Bonjour madame. C,est un jour splendide.-Vous n,est pas francaise.-dijo el anciano. Non monsieur, je suis filandesa-le respondi.
Sara-A continuación me hizo una batería de
preguntas, a las cuales le respondí gustosamente, en la medida que pude hacerme
entender, pues era un hombre de avanzada edad que solo quería conversar y que
quizá cuando me marchase no recordaría la mitad de las cosas que hablamos. Su
interrogatorio era espontáneo sin malicia. También yo le pregunté si estaba
solo o tenía familia. Me dijo que era
viudo y tenía dos hijos: un hijo y una
hija, pero que no vivían en París. Su hijo estaba en Argentina,
trabajaba en una multinacional y su hija vivía en Lyon. Tenían una boutique de
ropa y solía una vez al mes venir a verlo. El anciano omitió el nombrar a sus
hijos por su nombre. No sé, si lo hizo por olvido o a propósito. Su hijo lo llamaba
de vez en cuando por teléfono. Vivía a
unos cien kilómetros al Sur de Buenos Aires en una población de unos sesenta
mil habitantes llamada Mercedes. Me despedí de
mi compañero de banco sin presentarnos. De todas formas, que importaba
el detalle, si quizá no nos volviésemos a ver…
El día había estado sereno durante toda la mañana,
pero de pronto un vientecillo pertinaz y frío apareció, hizo cambiar,
tornándose desapacible el ambiente repentino. Los árboles se
retorcían como boas y algunas de sus
hojas se deslizaban por las limpias alamedas poblando el suelo de una capa de hojarasca multicolor.
El viento, cada vez iba ganando en intensidad al tiempo que despoblaba a los
visitantes por momentos. Aún así, el bosque se mantenía majestuoso y los rayos
de luz que se filtraban a través de sus copas impactaban en el suelo
contribuyendo a mantener la claridad suficiente para permanecer en él. Quizá
porque lo había descubierto aquella
mañana y era poco tiempo el que había empleado en visitarlo o tal vez porque
presentía que sería difícil que volviese, sentí una cierta tristeza, pero
pronto mi estado de ánimo cambió pues aún me quedaban algunas cosas relevantes que ver en París.
Servark conducía la furgoneta de fruta que habían
cargado entre él y Joe. Esta vez no saldría de Kírkenes, no iría a otras
localidades limítrofes. Iba abasteciendo las distintas fruterías de la
localidad. Apenas pudo dormir en toda la noche. Las discusiones siempre eran
por lo mismo. Nerka le reprochaba a su marido que llevaba una vida monótona y
sin ningún aliciente. Todas sus amigas salían con sus maridos los fines de
semana a otros lugares, a otras poblaciones y ellos nunca, siempre hacían lo
mismo quedarse en Kírkenes. Servark estaba desconcertado, él que se creía un
marido modelo, trabajando para que no faltara nada en casa y ella no lo
entendía.
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