2 Introducción
Corrían los años mil novecientos setenta y dos.
Era invierno, finales de Noviembre.
Hacía un frío gélido .La ciudad permanecía varios días incomunicada a causa del
fuerte temporal de nieve. Ya había sucedido más de un invierno y los habitantes
se habían preparado almacenando provisiones y víveres porque de ellos dependía
su supervivencia.
Las temperaturas habían descendido aquel invierno
hasta veinte grados bajo cero. Toda
actividad tanto comercial como social
habían quedado paralizadas Solo podían comunicarse por teléfono en las zonas donde las líneas no
habían sido interrumpidas.
El viento arreciaba con fuerza, los árboles se
retorcían como serpientes silbantes, con tanta intensidad, que se hacía
verdaderamente insoportable.
La ciudad era una auténtica estampa de Navidad.
Todos los árboles permanecían blancos al
igual que los tejados de los edificios, el suelo y todo el mobiliario urbano:
farolas, cabinas telefónicas, bancos, papeleras etc.
Las calles eran alfombras inmaculadas que
parecían colocadas con la intención de festejar algún cortejo celestial.
Los habitantes de kírkenes se pasaban el día en tertulias comentando la
actividad política de la ciudad, y tomando té mientras consumían grandes
cantidades de cigarrillos.
La ciudad se encuentra a cuatrocientos kilómetros al norte del círculo Polar Ártico.
El sol de media Noche brilla a partir del
diecisiete de mayo hasta el veintiuno de julio, y la oscuridad del invierno es
a partir del veintiuno de Noviembre hasta el veintiuno de Enero. La temperatura
media es de 11,5º.
Se trataba de obviar a toda costa el fusilamiento
de los doce colaboradores durante la guerra con los alemanes, y se comentaba el ensañamiento que sufrieron de sus verdugos, antes de ser
fusilados.
Las mujeres a veces les hacían compañía bordando
o haciendo bolillo no sin mostrar su desdén por las grandes humaredas que se
formaban en el salón de la casa. A veces mostraban su desaprobación lanzando
alguna que otra palabra mal sonante que se diluía en el eco de la sala ante la
indiferencia de los hombres que se
mofaban a grandes carcajadas.
Quienes peor lo pasaban eran los niños, tantos
días encerrados entre cuatro paredes.
Jugaban con los escasos juguetes que disponían a
su alcance, y se peleaban entre ellos disputándoselos. Miraban caer la nieve a
través de las ventanas. Las mujeres instaban a sus maridos a que les diesen clase a sus hijos en alguna
hora determinada del día.
No todas lo conseguían. Había padres
verdaderamente irresponsables que no daban importancia a que sus hijos
estuviesen semanas sin poder ir a la escuela a causa del fuerte temporal que transformaba
y azotaba a la ciudad. Las comunicaciones estaban cortadas y a corto plazo no
había signos de mejoría. A veces los niños salían a la calle sin la aprobación
de sus progenitores a jugar lanzándose bolas de nieve. Cuando regresaban eran
severamente reprendidos y en el peor de
los casos seriamente castigados.
Pero a pesar de los castigos y reprimendas lo
volvían a hacer en cuanto podían aún
sabiendo lo que les esperaba a su vuelta a casa.
Kírkenes era una ciudad fantasma ya que
permanecía aislada. La ciudad más próxima distaba a varios kilómetros, por lo
que con apenas siete mil habitantes se
tenía que autoabastecer. Tenía actividad agrícola y algunas industrias, sobre
todo relacionadas con la alimentación. También era importante la actividad
minera.
En los aledaños de Kírkenes habian frondosos pastos que proporcionaban un
inmejorable ganado. Además había un comercio próspero. Los agricultores tenían
que dar salida a los productos excedentes de la huerta. Cargaban sus camiones y
marchaban a las poblaciones limítrofes a vender sus mercancías, como Karaskoj .A
la vuelta adquirían productos que en Kírkenes no podían encontrar.
El invierno en Kírkenes era tan intenso que
afectaba psicológicamente a la población, sobre todo a los niños. Así pues
cuando pasaba y empezaba el buen tiempo
la ciudad despertaba. Si, despertaba no solo en su aspecto: más alegre, más
verde, más limpia y solo en el carácter de sus habitantes .Ellos sabían lo que
era llevar semanas de privaciones, privaciones de libertad, de actividad
laboral, de actividad social encerrados en los salones de su casa, sin otro
aliciente que las trasnochadas tertulias y el deleite de los cigarrillos y el
alcohol. Por tanto ahora en primavera
eran felices, se sentían dichosos
Eran otras personas, más sociables, más corteses
incluso más disciplinados y complacientes con sus mujeres. A las mujeres se les
veían dichosas, contentas, pues podían hacer su vida normal como todas, en
cualquier otra ciudad que habitasen. La ciudad de Kírkenes era una ciudad muy
bien trazada .Las calles eran muy amplias. Había dos grandes avenidas que
marcaban los accesos de entrada y salida a la ciudad con árboles ornamentales.
Hileras de farolas iluminaban las calles. Bancos
y papeleras completaban el mobiliario urbano .Así como una gran fuente en la
plaza frente a una hermosa iglesia construida en el siglo XIX, concretamente en mil ochocientos sesenta
y dos. La fuente tenía un dios mitológico, mitad salvaje,
mitad humano y de cuyas fauces vertían los caños de agua.
Kírkenes es en realidad un pequeño puerto
pesquero de apenas tres mil habitantes
en la zona centro, que llega a siete mil, contando con los suburbios.
La ciudad tenía un encanto especial, porque toda ella
estaba rodeada por una gran muralla .Se
accedía a través de una gran puerta
formada por un gran arco romano y su
salida era flanqueada por otro arco similar al de la entrada. El casco viejo de
la ciudad se conservaba el pavimento de
adoquines de la calle principal que contribuía a darle un aspecto vetusto, antiguo.
También se disponía de esta clase de
pavimentos en la plaza de la iglesia y del
Ayuntamiento.
Kírkenes era una ciudad que tenía las ventajas de
una ciudad moderna, y al mismo tiempo conservaba los vestigios precisos de una
monumental ciudad antigua.
Lo peor
era el clima tan extremado el soportar las bajas temperaturas, las cuales
hacían presente el frío intenso.
A lo largo de la ciudad podíamos encontrar
monumentos de épocas remotas,: la casa del reloj, el palacio del conde Seco ,la
biblioteca ,la iglesia de Santa María de estilo románico al igual que la de
Santa Flora. Pero el principal monumento era Sor-Varenger-Kommune es decir el
Ayuntamiento de la ciudad.
En Kírkenes hay libertad de culto.
Según la mitología nórdica antes de la creación
del mundo solo existía un gran abismo. De este abismo surgió Midgard.
Allí era donde vivían los humanos. En el centro de
Migard se hallaba Asgard, la morada de los dioses. La mitología escandinava se
basaba en creencias religiosas, actos de fe.
Se supone que para contentar a los dioses hubo
sacrificios humanos y de animales.
El régimen político noruego era una monarquía,
con el rey Olav V. Un rey muy simpático,
siempre cercano a su pueblo.
Sara era muy conocida en la ciudad, pues tenía un puesto de fruta en la
esquina de la plaza del Ayuntamiento. Solo tenía cuarenta y dos años y
dos hijos de corta edad. Había sufrido mucho a causa del cambio de
comportamiento de su marido Milko, de su inesperada y sorprendente infidelidad.
A pesar de su arrepentimiento su actitud
permaneció inflexible ante el perdón.
Era una
mujer hermosa, rubia, esbelta, cabello
ondulado, de ojos azules y con
una vitalidad increíble. Abandonó Finlandia, dejando a su familia para casarse y venir a Kírkenes siguiendo al
que era su esposo y del cual estaba profundamente enamorada.
Más
de un hombre se le había insinuado, tratando
de cortejarla, pero Sara aun tenía presente la memoria de Milko, su marido y no
se daba por aludida con cierta gracia y un atisbo de frivolidad que
aumentaba más el desconcierto de estas personas.
Pasaron
los años y sus hijos crecieron, lo cual fue un alivio para Sara ya que la
fueron apartando del negocio de frutas y regentándolo ellos con gran éxito que extendieron su radio de
acción, poniendo una cadena de fruterías
en toda la ciudad y además exportando regularmente a Finlandia y varias
localidades limítrofes.
Sara se encontraba más libre desde que sus hijos
llevaban el negocio, sin embargo se sentía muy sola, era una mujer en la
plenitud de la vida, con mucho tiempo libre y con una situación holgada. Pensó
tomarse un tiempo para ella, viajar, conocer otros lugares y romper con la
monotonía y el tedio que la consumían por momentos. Tras hablar con sus hijos,
que al principio no la entendieron mucho, no comprendían que su madre los
dejara cuando tenía una situación tan desahogada y era muy apreciada en los mejores
círculos de la ciudad. Tenía buenas
amistades y era imprescindible en tertulias, jurados certámenes y demás eventos de carácter social
y benéfico.
Para Sara era un sueño y comprendió que era el momento más apropiado
para hacerlo realidad. Tenía ansias de conocer otras culturas, otras ciudades y
a otras gentes. Quería romper la monotonía y el tedio en que cada vez estaba
más inmersa en Kírkenes. Barajó la posibilidad de viajar sola o acompañada y se
decidió por lanzarse a su pequeña aventura en solitario.
¿Vencería todas las dificultades que se le presentaran a lo largo de
su periplo? Todos estos interrogantes eran un desafío al que estaba dispuesta a
afrontar.
Joe, el hijo menor cargaba las maletas en el
todoterreno y llevaba a su madre a la estación. Del hijo mayor se despidió la
noche anterior, pues tenía que salir de viaje hacia Karaskoj con un cargamento
de fruta.
El día era diáfano y la claridad reinó durante
todo el trayecto.
El tren salía a las nueve quince con puntualidad
extrema desde la estación de Bjornevatn. Sara coge un compartimento donde solo
van dos muchachos adolescentes absortos en sus respectivos libros. Tras mandar
un beso tras agitar su pañuelo en señal de despedida pero sin sobrecogimiento,
ni congoja, sin pesar y sin remordimiento de dejar la ciudad donde ha vivido
largos años, no exentos de trabajo y sacrificio, de amargura y sobre todo de
soledad, Si, se ha sentido muy sola.
Ahora sus
hijos no la necesitaban pero ella si sentía
que había llegado el momento de respirar aire fresco.
Sara no había planeado minuciosamente el viaje,
solo quería salir de Kírkenes, ni siquiera había pensado realmente donde ir.
Cuando llegó a Oslo tomó un taxi y se dirigió al aeropuerto de Gardermoen. Tras
tomar un café, pues estaba somnolienta,
ya que con el asunto de la partida apenas había dormido. Puso el
equipaje junto a ella y se sentó en un sillón de la sala y comenzó a leer los
destinos por los que podía optar.
Quería una ciudad distinta a la que conocía y
había vivido varios años. Dos ciudades atrajeron a Sara: París y Roma.
El vuelo
de Roma salía en dos horas, justo el tiempo para embarcar al equipaje. El vuelo hacia la ciudad de la luz tenía que
esperar casi dos horas y media. Tras meditarlo unos instantes, decidió esperar
más tiempo, aprovechar para comer un sándwich en cafetería y degustar un
segundo café. El resto del tiempo hojearía la revista que había comprado en la
estación de Kírkenes.
Por unos momentos se paró a pensar, si este viaje
no era demasiado improvisado, si en realidad no era un pretexto para escapar de
Kírkenes, de su círculo habitual de amistades, y también se planteaba qué
pensarían sus hijos de esta repentina
huida.
Volaban a nueve mil kilómetros por hora y a una altura de novecientos metros. Sara
cuando el avión despegó , sintió una sensación de alivio, era como si hubiese
estado presa y de pronto recobraba la libertad, ni siquiera el pensamiento de
sus hijos a los que adoraba, le hacía sentir mal.
El tiempo estaba revuelto. El vuelo estuvo a
punto de ser cancelado hasta última hora. A ella no le importaba, sabía que eso
formaba parte de la aventura en la que se había embarcado. A pesar que su
asiento no era de ventanilla, Sara miraba de soslayo y se percataba del
zarandeo del avión y de la tormenta que estaban atravesando. Volaron durante
horas. Les sirvieron una bandeja con comida ligera y prensa. Sara durmió
durante largo rato, y despertó minutos antes de que anunciaran la llegada a
Orly.
No hay comentarios:
Publicar un comentario