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jueves, 22 de octubre de 2015

KÍRKENES



2 Introducción

 Corrían los años mil novecientos setenta y dos. Era  invierno, finales de Noviembre. Hacía un frío gélido .La ciudad permanecía varios días incomunicada a causa del fuerte temporal de nieve. Ya había sucedido más de un invierno y los habitantes se habían preparado almacenando provisiones y víveres porque de ellos dependía su supervivencia.
Las temperaturas habían descendido aquel invierno  hasta veinte grados bajo cero. Toda actividad  tanto comercial como social habían quedado paralizadas Solo podían comunicarse por  teléfono en las zonas donde las líneas no habían sido interrumpidas.
El viento arreciaba con fuerza, los árboles se retorcían como serpientes silbantes, con tanta intensidad, que se hacía verdaderamente insoportable.
La ciudad era una auténtica estampa de Navidad. Todos los árboles  permanecían blancos al igual que los tejados de los edificios, el suelo y todo el mobiliario urbano: farolas, cabinas telefónicas, bancos, papeleras etc.
Las calles eran alfombras inmaculadas que parecían colocadas con la intención de festejar  algún cortejo celestial.
Los habitantes de kírkenes se  pasaban el día en tertulias comentando la actividad política de la ciudad, y tomando té mientras consumían grandes cantidades de cigarrillos.
La ciudad se encuentra a cuatrocientos  kilómetros al norte del círculo Polar Ártico.
El sol de media Noche brilla a partir del diecisiete de mayo hasta el veintiuno de julio, y la oscuridad del invierno es a partir del veintiuno de Noviembre hasta el veintiuno de Enero. La temperatura media es de 11,5º.
Se trataba de obviar a toda costa el fusilamiento de los doce colaboradores durante la guerra con los alemanes, y  se comentaba el ensañamiento que  sufrieron de sus verdugos, antes de ser fusilados.
Las mujeres a veces les hacían compañía bordando o haciendo bolillo no sin mostrar su desdén por las grandes humaredas que se formaban en el salón de la casa. A veces mostraban su desaprobación lanzando alguna que otra palabra mal sonante que se diluía en el eco de la sala ante la indiferencia  de los hombres que se mofaban a grandes carcajadas.
Quienes peor lo pasaban eran los niños, tantos días encerrados entre cuatro paredes.
Jugaban con los escasos juguetes que disponían a su alcance, y se peleaban entre ellos disputándoselos. Miraban caer la nieve a través de las ventanas. Las mujeres instaban a sus  maridos a  que les diesen clase a sus hijos en alguna hora determinada del día.
No todas lo conseguían. Había padres verdaderamente irresponsables que no daban importancia a que sus hijos estuviesen semanas sin poder ir a la escuela a causa del fuerte temporal que transformaba y azotaba a la ciudad. Las comunicaciones estaban cortadas y a corto plazo no había signos de mejoría. A veces los niños salían a la calle sin la aprobación de sus progenitores a jugar lanzándose bolas de nieve. Cuando regresaban eran severamente reprendidos  y en el peor de los casos seriamente castigados.
Pero a pesar de los castigos y reprimendas lo volvían a  hacer en cuanto podían aún sabiendo lo que les esperaba a su vuelta a casa.                                                                        
Kírkenes era una ciudad fantasma ya que permanecía aislada. La ciudad más próxima distaba a varios kilómetros, por lo que  con apenas siete mil habitantes se tenía que autoabastecer. Tenía actividad agrícola y algunas industrias, sobre todo relacionadas con la alimentación. También era importante la actividad minera.
En los aledaños de Kírkenes  habian frondosos pastos que proporcionaban un inmejorable ganado. Además había un comercio próspero. Los agricultores tenían que dar salida a los productos excedentes de la huerta. Cargaban sus camiones y marchaban a las poblaciones limítrofes a vender sus mercancías, como Karaskoj .A la vuelta adquirían productos que en Kírkenes no podían encontrar.
El invierno en Kírkenes era tan intenso que afectaba psicológicamente a la población, sobre todo a los niños. Así pues cuando  pasaba y empezaba el buen tiempo la ciudad despertaba. Si, despertaba no solo en su aspecto: más alegre, más verde, más limpia y solo en el carácter de sus habitantes .Ellos sabían lo que era llevar semanas de privaciones, privaciones de libertad, de actividad laboral, de actividad social encerrados en los salones de su casa, sin otro aliciente que las trasnochadas tertulias y el deleite de los cigarrillos y el alcohol. Por tanto ahora en primavera  eran felices, se sentían dichosos
Eran otras personas, más sociables, más corteses incluso más disciplinados y complacientes con sus mujeres. A las mujeres se les veían dichosas, contentas, pues podían hacer su vida normal como todas, en cualquier otra ciudad que habitasen. La ciudad de Kírkenes era una ciudad muy bien trazada .Las calles eran muy amplias. Había dos grandes avenidas que marcaban los accesos de entrada y salida a la ciudad con árboles ornamentales.
Hileras de farolas iluminaban las calles. Bancos y papeleras completaban el mobiliario urbano .Así como una gran fuente en la plaza frente a una hermosa iglesia construida en el siglo  XIX, concretamente en mil ochocientos sesenta y dos. La fuente tenía un dios mitológico, mitad salvaje, mitad humano y de cuyas fauces vertían los caños de agua.
Kírkenes es en realidad un pequeño puerto pesquero de apenas  tres mil habitantes en la zona centro, que llega a siete mil, contando con los suburbios.
La ciudad tenía un encanto especial, porque toda ella  estaba rodeada por una gran muralla .Se accedía a  través de una gran puerta formada por un  gran arco romano y su salida era flanqueada por otro arco similar al de la entrada. El casco viejo de  la ciudad se conservaba el pavimento de adoquines de la calle principal que contribuía a darle un aspecto vetusto, antiguo. También se disponía de  esta clase de pavimentos en la plaza de la iglesia y  del Ayuntamiento.
Kírkenes era una ciudad que tenía las ventajas de una ciudad moderna, y al mismo tiempo conservaba los vestigios precisos de una monumental ciudad antigua.
 Lo peor era el clima tan extremado el soportar las bajas temperaturas, las cuales hacían presente el frío intenso.
A lo largo de la ciudad podíamos encontrar monumentos de épocas remotas,: la casa del reloj, el palacio del conde Seco ,la biblioteca ,la iglesia de Santa María de estilo románico al igual que la de Santa Flora. Pero el principal monumento era Sor-Varenger-Kommune es decir el Ayuntamiento de la ciudad.
En Kírkenes hay libertad de culto.
Según la mitología nórdica antes de la creación del mundo solo existía un gran abismo. De este abismo surgió Midgard.
Allí era donde vivían los humanos. En el centro de Migard se hallaba Asgard, la morada de los dioses. La mitología escandinava se basaba en creencias religiosas, actos de fe.
Se supone que para contentar a los dioses hubo sacrificios humanos y de animales.
El régimen político noruego era una monarquía, con el rey Olav V. Un rey muy simpático,  siempre cercano a su pueblo.
 Sara era muy conocida en la ciudad, pues tenía un puesto de fruta en la esquina de la plaza del Ayuntamiento. Solo tenía cuarenta y dos  años  y dos hijos de corta edad. Había sufrido mucho a causa del cambio de comportamiento de su marido Milko, de su inesperada y sorprendente infidelidad. A pesar  de su arrepentimiento su actitud permaneció  inflexible ante el perdón.
  Era una mujer hermosa, rubia, esbelta, cabello  ondulado,  de ojos azules y con una vitalidad increíble. Abandonó  Finlandia, dejando a su familia  para casarse y venir a Kírkenes siguiendo al que era su esposo y del cual estaba profundamente enamorada.
  Más de  un hombre se le había insinuado, tratando de cortejarla, pero Sara aun tenía presente la memoria de Milko, su marido y no se daba por aludida  con cierta  gracia y un atisbo de frivolidad que aumentaba más el desconcierto de estas personas.
 Pasaron los años y sus hijos crecieron, lo cual fue un alivio para Sara ya que la fueron apartando del negocio de frutas y regentándolo ellos  con gran éxito que extendieron su radio de acción, poniendo  una cadena de fruterías en toda la ciudad y además exportando regularmente a Finlandia y varias localidades  limítrofes.
Sara se encontraba más libre desde que sus hijos llevaban el negocio, sin embargo se sentía muy sola, era una mujer en la plenitud de la vida, con mucho tiempo libre y con una situación holgada. Pensó tomarse un tiempo para ella, viajar, conocer otros lugares y romper con la monotonía y el tedio que la consumían por momentos. Tras hablar con sus hijos, que al principio no la entendieron mucho, no comprendían que su madre los dejara cuando tenía una situación tan desahogada y era muy apreciada en los mejores círculos de la ciudad. Tenía buenas  amistades y era imprescindible en tertulias, jurados  certámenes y demás eventos de carácter social y benéfico.
Para Sara era un sueño y comprendió que era el momento más apropiado para hacerlo realidad. Tenía ansias de conocer otras culturas, otras ciudades y a otras gentes. Quería romper la monotonía y el tedio en que cada vez estaba más inmersa en Kírkenes. Barajó la posibilidad de viajar sola o acompañada y se decidió por lanzarse a su pequeña aventura en solitario.
¿Vencería todas las dificultades que se le presentaran a lo largo de su periplo? Todos estos interrogantes eran un desafío al que estaba dispuesta a afrontar.
Joe, el hijo menor cargaba las maletas en el todoterreno y llevaba a su madre a la estación. Del hijo mayor se despidió la noche anterior, pues tenía que salir de viaje hacia Karaskoj con un cargamento de fruta.
El día era diáfano y la claridad reinó durante todo el trayecto.
El tren salía a las nueve quince con puntualidad extrema desde la estación de Bjornevatn. Sara coge un compartimento donde solo van dos muchachos adolescentes absortos en sus respectivos libros. Tras mandar un beso tras agitar su pañuelo en señal de despedida pero sin sobrecogimiento, ni congoja, sin pesar y sin remordimiento de dejar la ciudad donde ha vivido largos años, no exentos de trabajo y sacrificio, de amargura y sobre todo de soledad, Si, se ha sentido muy sola.
 Ahora sus hijos no la necesitaban pero ella si sentía  que había llegado el momento de respirar aire fresco.
Sara no había planeado minuciosamente el viaje, solo quería salir de Kírkenes, ni siquiera había pensado realmente donde ir. Cuando llegó a Oslo tomó un taxi y se dirigió al aeropuerto de Gardermoen. Tras tomar un café, pues estaba somnolienta,  ya que con el asunto de la partida apenas había dormido. Puso el equipaje junto a ella y se sentó en un sillón de la sala y comenzó a leer los destinos  por los que podía optar.
Quería una ciudad distinta a la que conocía y había vivido varios años. Dos ciudades atrajeron a Sara: París y Roma.
El vuelo de Roma salía en dos horas, justo el tiempo para embarcar al equipaje. El vuelo hacia la ciudad de la luz tenía que esperar casi dos horas y media. Tras meditarlo unos instantes, decidió esperar más tiempo, aprovechar para comer un sándwich en cafetería y degustar un segundo café. El resto del tiempo hojearía la revista que había comprado en la estación de Kírkenes.
Por unos momentos se paró a pensar, si este viaje no era demasiado improvisado, si en realidad no era un pretexto para escapar de Kírkenes, de su círculo habitual de amistades, y también se planteaba qué pensarían sus hijos  de esta repentina huida.
Volaban a nueve mil kilómetros por hora  y a una altura de novecientos metros. Sara cuando el avión despegó , sintió una sensación de alivio, era como si hubiese estado presa y de pronto recobraba la libertad, ni siquiera el pensamiento de sus hijos a los que adoraba, le hacía sentir mal.
El tiempo estaba revuelto. El vuelo estuvo a punto de ser cancelado hasta última hora. A ella no le importaba, sabía que eso formaba parte de la aventura en la que se había embarcado. A pesar que su asiento no era de ventanilla, Sara miraba de soslayo y se percataba del zarandeo del avión y de la tormenta que estaban atravesando. Volaron durante horas. Les sirvieron una bandeja con comida ligera y prensa. Sara durmió durante largo rato, y despertó minutos antes de que anunciaran la llegada a Orly.



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