9 El jardín de Luxemburgo
Sobre
las diez de mañana llegó al jardín. Aquí,
en este maravilloso lugar quería. La mañana estaba serena, pero algo nublada, hacía
frío, sin embargo, esperaba que a lo largo de la jornada el tiempo iría
mejorando, así lo había pronosticado el meteorólogo de turno en la televisión. Sara
se volvió a vestir otra vez de manera informal.
Se puso un
pantalón marrón y un jersey a juego. Llevaba un abrigo negro, botas marrones y
un foulard del mismo color.
Al llegar al Jardín cogió una silla metálica
repintada de color verde y la llevó cerca del estanque con la intención de ver
jugar a los niños con los barquitos de
vela. Frente a ella había una señora pelirroja y con la cara repleta de pecas
que también permanecía sentada, mientras dos niños pelirrojos como la madre
jugaban con sendos barquitos en el estanque. A veces los niños se empujaban y
la madre tenía que intervenir llamándoles la atención.
-André, Philippe, Ça va pas…
Los niños hacían caso omiso a su madre. Otros
niños acompañados de sus padres llegaban hasta el estanque para que sus retoños
iniciasen la navegación de “sus buques” con la esperanza de que por unos
minutos estuviesen entretenidos mientras ellos aprovechaban para ojear la
prensa.
Sara, por un momento trató de desconectar de los
juegos marineros de los niños y de las personas que les acompañaban y sacó de su
bolso mi ilustrativa agenda y trató de saber
y documentarme del lugar que había elegido para pasar unas horas de
relajación y esparcimiento. Percibía por momentos, como la mañana se iba
esclareciendo y la temperatura era cada vez más agradable, más benigna, hasta
el punto que tuvo que quitarse el abrigo y colocarlo en el respaldo de la
silla. También se deshizo del foulard.
Advirtió que el jardín se iba poblando de
turistas además de franceses. Oyó hablar a una pareja de jóvenes en finlandés y
le agradó oír su lengua, pues era la primera vez que le ocurría después de varios días de estancia en París.
El chico la llevaba cogida de la cintura y ambos reían convulsivamente. En
realidad yo hablaba en inglés, pues en Paris casi todo el mundo te entiende, pero
el finlandés tan solo son una minoría. Pudo
entrever que es uno de los lugares más populares de la ciudad.
Hay ubicadas en todo el recinto y de manera
armoniosa, numerosas estatuas y esculturas y centenares de sillas de metal. Se
trata de un espacio agradable repleto de plantas y árboles. Se puede jugar a la
petanca, al tenis .Aquella mañana apareció el sol que raramente hace acto de presencia, sobre todo en esta época de
invierno. Los visitantes, sobre todo los turistas se despojaban de buena parte
de sus ropas para sentir el sol en su piel. Es una práctica habitual, dado que
el sol aparece solo en contadas ocasiones y no por mucho tiempo.
Los árboles desprendían una gama de colores en
sus hojas, verdes claros y oscuros, azules, ocres incluso rojizos que evocaban
la paleta de determinados pintores franceses como Gaugin , Cezanne , Corot
Monet etc…
Estaba viviendo unos días intensos, que le
estaban colmando de sensaciones que le enriquecían por momentos. Sentía no
poder compartir con mis hijos estos momentos irrepetibles e inolvidables.
A medida
que caía la tarde Sara decidió marchar al hotel, el jardín se iba quedando
vacio. Abandonó el jardín y caminó por el barrio latino.
Las luces
del día se iban perdiendo paulatinamente y a su vez eran reemplazadas por las
luces tenues de las farolas que instalaban sus reflejos en los escaparates y
vitrinas de los establecimientos del barrio. Sus reflejos emitían destellos que te deslumbraban si te
recreabas en ellos.
Los viandantes caminaban más deprisa que
habitualmente. Algunas tiendas echaban la persiana y aglomeraciones de gente crecían en la puerta
de los cines. El populoso barrio de la tarde iba mermando el número de visitantes
al final de la jornada, pero
curiosamente volvía a crecer a medida que entraba la noche.
A cada hora del día tenía su público determinado.
A medida que avanzaba la noche acudía la gente bohemia, proxenetas, prostitutas, borrachos, matones y
delincuentes de todo tipo. Para deambular y ver el panorama había que ir bien acompañada, a pesar de que la policía
hacía acto de presencia por todas partes.
Sara cogió el metro en la estación de S. Michel y
se dirigió al hotel con intención de llamar por teléfono, pues le había dejado
un par de mensajes y no había recibido respuesta y realmente estaba preocupada.
Mientras deja su abrigo sobre un sillón del salón
suena el telefóno.
Hello.
Soy Joe, mamá. He oído tus mensajes . No te he
contestado porque estabamos ocupados con los del seguro del incendio, pero todo
está bien.
¿Y tú cómo estás?.-Joe
Sara.- Muy bien hijo. No sabes el peso que me quitas
de encima, no sabía que pensar.
Joe.- ¿Qué tal con el francés mamá?
“En París también te entienden en inglés. Hasta
ahora no he tenido ningún problema con el idioma”.-responde su madre.
“Me alegro. Cuídate mucho mamá y disfruta de tu
viaje. Tiempo tendrás de estar en Kirkenes.”.-Joe
-¡Joe- “Te echamos mucho de menos”
Su madre-¡París es una ciudad maravillosa. Es,
como te diría yo, como un libro abierto que te va mostrando cultura y saber en
todas y cada una de sus páginas. Es una ciudad con un sello especial, que te
embriaga y envuelve, te hechiza, es una ciudad que te invita a volver, creo que
es una ciudad a la que nadie es ajeno a su embrujo!-
¿Y Servak y Nerka cómo están?
Tengo que llamarles también, pues hace tres o
cuatro días que no hablo con ellos, me confío porque sé que tú les dices que he
llamado y además porque en esta maravillosa ciudad pierdes hasta la noción del
tiempo.”
. Sara llamó a recepción para que le subieran un sanwich y alguna
fruta. A continuación se desvistió y
se introdujo en la ducha .Puso el
agua muy caliente.
Permaneció
largo rato acariciando sus pechos erguidos
envueltos en la espuma del jabón, de su cuerpo desnudo. Cuerpo que
delataba a una Sara en la plenitud de la
vida, una mujer bastante hermosa, y lozana, capaz de amar y ser amada a pesar
de su madurez, que se resistía a perder
su juventud, y no permitía
envejecer aún. Sus pensamientos en esos momentos un tanto lujuriosos se fundían
evocando a Milko y Roberto de forma simultánea.
Se secó el pelo y mientras se ponía el pijama y
la bata conectó el tocadiscos con “Las
cuatro estaciones” de Vivaldi. La música de Vivaldi le entusiasmaba. Permaneció
en el sofá con los ojos cerrados tratando
de relajarse y planear la jornada siguiente. Cuando se disponía a ver un
programa muy interesante que se había
anunciado previamente sobre Los gitanos serie que ganó un premio un T, P Jesús González Green haciendo
entrevistas de un trabajo que tuvo como realizador a Luis Tomás Melgar.
Llaman a la puerta de su habitación. ¡Hola! ¡Perdone
la intromisión y permítame que me presente:
-Soy Jacqueline, un huésped que
estoy alojada en este hotel. Vine el mismo día que Usted llegó .Coincidimos en
el hall. Creo que usted no reparó en mi, sin embargo yo, si, al comprobar que
venía sola, sin acompañante.
Esto, me reconfortó un poco, pues yo también
viajo sola y me sentía un poco bicho raro. Jacqueline era una francesa que se
expresaba en un castellano perfecto pues no en vano había pasado temporadas en
España, en cursos de castellano durante varios veranos.
Jacqueline-“Simplemente quería saludarla y
decirle que si necesitaba alguna cosa,
estaba hasta el veintitrés de ese mes en
la habitación doscientos veinticuatro .Te he observado en el comedor y a veces hasta hemos coincidido en el
ascensor y me has parecido una
mujer con clase.”
Sara no le
respondió al cumplido de aquella desconocida. Solamente esbozó una ligera
sonrisa. Jacqueline- Espero no te haya molestado mi intromisión -No. En
absoluto- contestó Sara. “Te agradezco que hayas venido. Como nos vemos en el
comedor a la hora del desayuno, ya tendremos ocasión de compartir alguna salida juntas.
-“Hasta la vista”- contestó Jacqueline,
dirigiéndose al ascensor para descender hasta su habitación en la segunda
planta. La puerta de la habitación estaba entreabierta mientras habían estado
hablando en el umbral de la misma .La serie de Los gitanos ya había empezado y
las imágenes de unos cantaores servían de fondo en la televisión al diálogo de las dos desconocidas. Sara
estaba muy sorprendida, casi perpleja, jamás hubiese pensado que algo así podía
sucederle. No conocía las intenciones de aquella mujer, sin embargo pensó que
qué podía temer de una mujer de su edad, o un poco más mayor que le brindaba su
amistad .Pronto pensó en la soledad, ese fantasma que nos acecha a todo ser
humano, estés en medio del desierto o en un macro-concierto de los Rolling
Stones o de Elton Yhon y dedujo que Jacqueline al igual que ella se encontraba
sola. Era una mujer que le brindaba su compañía.
Sara-Me dolía horriblemente la cabeza, tomé un
calmante con un poco de agua y me metí en la cama.
La serie era de lo más interesante que yo había
visto hasta entonces de los gitanos, sobre su pensar, su modo de vida, su
propia auto marginación etc.
Se quedó
dormida muy pronto, pues estaba agotada el día había sido duro y además los
días que llevaba en Paris procuró
aprovecharlos como si fuese la única oportunidad que se le iba a
presentar. Mañana iría al museo del Louvre. Visitaría unos determinadas salas y
también trataría de ver especialmente “La Gioconda,” “La Venus de Milo” y “La
Victoria de Samotracia”. Sería una de los cientos de visitantes que pasan por
la sala de la Gioconda para admirar la obra más conocida de Leonardo da Vinci.
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