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jueves, 22 de octubre de 2015

El jardin de Luxemburgo

9  El jardín de Luxemburgo

 Sobre las  diez de mañana llegó al jardín. Aquí, en este maravilloso lugar quería. La  mañana estaba serena, pero algo nublada, hacía frío, sin embargo, esperaba que a lo largo de la jornada el tiempo iría mejorando, así lo había pronosticado el meteorólogo de turno en la televisión. Sara se volvió a vestir otra vez de manera informal.
 Se puso un pantalón marrón y un jersey a juego. Llevaba un abrigo negro, botas marrones y un foulard del mismo color.
Al llegar al Jardín cogió una silla metálica repintada de color verde y la llevó cerca del estanque con la intención de ver jugar  a los niños con los barquitos de vela. Frente a ella había una señora pelirroja y con la cara repleta de pecas que también permanecía sentada, mientras dos niños pelirrojos como la madre jugaban con sendos barquitos en el estanque. A veces los niños se empujaban y la madre tenía que intervenir llamándoles la atención.
-André, Philippe, Ça va pas…
Los niños hacían caso omiso a su madre. Otros niños acompañados de sus padres llegaban hasta el estanque para que sus retoños iniciasen la navegación de “sus buques” con la esperanza de que por unos minutos estuviesen entretenidos mientras ellos aprovechaban para ojear la prensa.
Sara, por un momento trató de desconectar de los juegos marineros de los niños y de las personas que les acompañaban y sacó de su bolso mi ilustrativa agenda y trató de saber  y documentarme del lugar que había elegido para pasar unas horas de relajación y esparcimiento. Percibía por momentos, como la mañana se iba esclareciendo y la temperatura era cada vez más agradable, más benigna, hasta el punto que tuvo que quitarse el abrigo y colocarlo en el respaldo de la silla. También se deshizo del foulard.
Advirtió que el jardín se iba poblando de turistas además de franceses. Oyó hablar a una pareja de jóvenes en finlandés y le agradó oír su lengua, pues era la primera vez que le ocurría  después de varios días de estancia en París. El chico la llevaba cogida de la cintura y ambos reían convulsivamente. En realidad yo hablaba en inglés, pues en Paris casi todo el mundo te entiende, pero el finlandés tan solo son  una minoría. Pudo entrever que es uno de los lugares más populares de la ciudad.
Hay ubicadas en todo el recinto y de manera armoniosa, numerosas estatuas y esculturas y centenares de sillas de metal. Se trata de un espacio agradable repleto de plantas y árboles. Se puede jugar a la petanca, al tenis .Aquella mañana apareció el sol que raramente hace acto de  presencia, sobre todo en esta época de invierno. Los visitantes, sobre todo los turistas se despojaban de buena parte de sus ropas para sentir el sol en su piel. Es una práctica habitual, dado que el sol aparece solo en contadas ocasiones y no por mucho tiempo.
Los árboles desprendían una gama de colores en sus hojas, verdes claros y oscuros, azules, ocres incluso rojizos que evocaban la paleta de determinados pintores franceses como Gaugin , Cezanne , Corot Monet etc…
Estaba viviendo unos días intensos, que le estaban colmando de sensaciones que le enriquecían por momentos. Sentía no poder compartir con mis hijos estos momentos irrepetibles e inolvidables.
A medida  que caía la tarde Sara decidió marchar al hotel, el jardín se iba quedando vacio. Abandonó el jardín y caminó por el barrio latino.
 Las luces del día se iban perdiendo paulatinamente y a su vez eran reemplazadas por las luces tenues de las farolas que instalaban sus reflejos en los escaparates y vitrinas de los establecimientos del barrio. Sus reflejos  emitían destellos que te deslumbraban si te recreabas en ellos.
Los viandantes caminaban más deprisa que habitualmente. Algunas tiendas echaban la persiana y  aglomeraciones de gente crecían en la puerta de los cines. El populoso barrio de la tarde iba mermando el número de visitantes al final de la jornada, pero  curiosamente volvía a crecer a medida que entraba la noche.
A cada hora del día tenía su público determinado. A medida que avanzaba la noche acudía la gente bohemia,  proxenetas, prostitutas, borrachos, matones y delincuentes de todo tipo. Para deambular y ver el panorama había que ir  bien acompañada, a pesar de que la policía hacía acto de presencia por todas partes.
Sara cogió el metro en la estación de S. Michel y se dirigió al hotel con intención de llamar por teléfono, pues le había dejado un par de mensajes y no había recibido respuesta y realmente estaba preocupada.
Mientras deja su abrigo sobre un sillón del salón suena el telefóno.
Hello.
Soy Joe, mamá. He oído tus mensajes . No te he contestado porque estabamos ocupados con los del seguro del incendio, pero todo está bien.
¿Y tú cómo estás?.-Joe
Sara.- Muy bien hijo. No sabes el peso que me quitas de encima, no sabía que pensar.
Joe.- ¿Qué tal con el francés mamá?
“En París también te entienden en inglés. Hasta ahora no he tenido ningún problema con el idioma”.-responde su madre.
“Me alegro. Cuídate mucho mamá y disfruta de tu viaje. Tiempo tendrás de estar en Kirkenes.”.-Joe
-¡Joe- “Te echamos mucho de menos”
Su madre-¡París es una ciudad maravillosa. Es, como te diría yo, como un libro abierto que te va mostrando cultura y saber en todas y cada una de sus páginas. Es una ciudad con un sello especial, que te embriaga y envuelve, te hechiza, es una ciudad que te invita a volver, creo que es una ciudad a la que nadie es ajeno a su embrujo!-
¿Y Servak y Nerka cómo están?
Tengo que llamarles también, pues hace tres o cuatro días que no hablo con ellos, me confío porque sé que tú les dices que he llamado y además porque en esta maravillosa ciudad pierdes hasta la noción del tiempo.”
. Sara llamó a recepción  para que le subieran un sanwich  y alguna  fruta. A continuación se desvistió y  se introdujo en la ducha .Puso  el agua muy caliente.
 Permaneció largo rato acariciando sus pechos erguidos  envueltos en la espuma del jabón, de su cuerpo desnudo. Cuerpo que delataba a  una Sara en la plenitud de la vida, una mujer bastante hermosa, y lozana, capaz de amar y ser amada a pesar de su madurez, que se resistía a perder  su juventud,  y no permitía envejecer aún. Sus pensamientos en esos momentos un tanto lujuriosos se fundían evocando a Milko y Roberto de forma simultánea.
Se secó el pelo y mientras se ponía el pijama y la bata conectó el tocadiscos con  “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. La música de Vivaldi le entusiasmaba. Permaneció en el sofá con los ojos cerrados  tratando de relajarse y planear la jornada siguiente. Cuando se disponía a ver un programa muy interesante que se  había anunciado previamente sobre Los gitanos serie que ganó un premio  un T, P Jesús González Green haciendo entrevistas de un trabajo que tuvo como realizador a Luis Tomás Melgar.
Llaman a la puerta de su habitación. ¡Hola! ¡Perdone la intromisión y permítame que me presente:
-Soy Jacqueline, un  huésped que estoy alojada en este hotel. Vine el mismo día que Usted llegó .Coincidimos en el hall. Creo que usted no reparó en mi, sin embargo yo, si, al comprobar que venía sola, sin acompañante.
Esto, me reconfortó un poco, pues yo también viajo sola y me sentía un poco bicho raro. Jacqueline era una francesa que se expresaba en un castellano perfecto pues no en vano había pasado temporadas en España, en cursos de castellano durante varios veranos.
Jacqueline-“Simplemente quería saludarla y decirle que si necesitaba  alguna cosa, estaba hasta el veintitrés de ese mes  en la habitación doscientos veinticuatro .Te he observado en el comedor  y a veces hasta hemos coincidido en el ascensor y me has  parecido una mujer  con clase.”
 Sara no le respondió al cumplido de aquella desconocida. Solamente esbozó una ligera sonrisa. Jacqueline- Espero no te haya molestado mi intromisión -No. En absoluto- contestó Sara. “Te agradezco que hayas venido. Como nos vemos en el comedor a la hora del desayuno, ya tendremos ocasión de  compartir alguna  salida juntas.
-“Hasta la vista”- contestó Jacqueline, dirigiéndose al ascensor para descender hasta su habitación en la segunda planta. La puerta de la habitación estaba entreabierta mientras habían estado hablando en el umbral de la misma .La serie de Los gitanos ya había empezado y las imágenes de unos cantaores servían de fondo en la televisión  al diálogo de las dos desconocidas. Sara estaba muy sorprendida, casi perpleja, jamás hubiese pensado que algo así podía sucederle. No conocía las intenciones de aquella mujer, sin embargo pensó que qué podía temer de una mujer de su edad, o un poco más mayor que le brindaba su amistad .Pronto pensó en la soledad, ese fantasma que nos acecha a todo ser humano, estés en medio del desierto o en un macro-concierto de los Rolling Stones o de Elton Yhon y dedujo que Jacqueline al igual que ella se encontraba sola. Era una mujer que le brindaba su compañía.
Sara-Me dolía horriblemente la cabeza, tomé un calmante con un poco de agua y me metí en la cama.
La serie era de lo más interesante que yo había visto hasta entonces de los gitanos, sobre su pensar, su modo de vida, su propia auto marginación etc.
 Se quedó dormida muy pronto, pues estaba agotada el día había sido duro y además los días que llevaba en Paris procuró  aprovecharlos como si fuese la única oportunidad que se le iba a presentar. Mañana iría al museo del Louvre. Visitaría unos determinadas salas y también trataría de ver especialmente “La Gioconda,” “La Venus de Milo” y “La Victoria de Samotracia”. Sería una de los cientos de visitantes que pasan por la sala de la Gioconda para admirar la obra más conocida de Leonardo da Vinci.









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